Tres Hermanos y Siete Esferas del Dragón

Por Sebastián Mangione –
Esfera 1
Una enorme tormenta avanzaba sin prisa envolviendo de nubes todo el cielo que hasta hace media hora era de un celeste exagerado. Desde la copa de unos árboles altísimos, un grupo de pájaros miraba cómo dos chicos y un bebé chapoteaban en una pileta situada en el centro de un enorme jardín. Eran tres hermanos que ignoraban de tres maneras distintas que una tormenta se acercaba a ellos.
Con los rugidos del cielo sonando de fondo, el hermano mayor le hablaba al más cercano en edad acerca de todo lo que haría con las esferas del dragón y elaboraba teorías que explicaban dónde podrían encontrarse.
Mientras el hermano del medio escuchaba sin la atención que el mayor hubiese pretendido, el bebé miraba cuidadosamente una botella que ambos hermanos más grandes habían dejado caer en la pileta con torpeza. Aparentemente, la botella se convirtió subrepticiamente en una amenaza para el bebé, quien luego de observarla con atención, decidió golpearla con toda la fuerza de su mullido brazo derecho. El más grande interrumpió sus palabras al ver la situación de la botella y estalló en una carcajada sonora. El bebé repitió la secuencia y ahora sus dos hermanos entraron en un incontenible ataque de risa.
Consciente de que su enemigo mortal le causaba gracia a esos dos grandotes que recordaba haber visto varias veces, el bebé rió cómplice y continuó arremetiendo contra la botella.
Un enorme relámpago crispó el cielo y el rugido de su aparición tapó la risa de los tres hermanos. Esto, lejos de asustarlos, los puso eufóricos. Los dos hermanos mayores empezaron a competir por quién hacia la pirueta más complicada mientras el bebe reía entre las enormes olas de agua que lo hamacaban bruscamente. La aventura duró poco ya que el padre de los hermanos se apresuró a retarlos, pidiendo que se refugien en la casa.
Ese día en el que un rayo pudo haberlos fulminado a los tres, Sebastián, Nicolás y Matías rieron juntos por primera vez.
Esfera 2
Durante esos primeros años de vida, a Matías se lo conocía cariñosamente como Peloto. En esta etapa, Peloto había descubierto los beneficios de aprender a señalar por lo que inevitablemente terminó abusando del recurso. Cada vez que quería algo no hacía falta más que apuntar su índice hacia la cosa o persona en cuestión y emitir un agudo quejido de bebé. Por supuesto que su capacidad de comunicación era algo limitada pero Peloto parecía estar bastante cómodo con la situación de utilizar su dedo casi de manera militar.
Una tarde de primavera, los tres hermanos, el padre de ellos tres y la madre de peloto, se encontraban en los lagos de Palermo. La pareja manifestó que tenía ganas de correr y Nicolás decidió acompañarlos. Sebastián, por otro lado, estaba bastante cómodo acostado en una manta, por lo que la coartada de cuidar a Peloto le vino como anillo al dedo para poder quedarse allí.
Una vez que los tres comenzaron a trotar torpemente, Sebastián y Peloto quedaron solos.
Peloto comenzó a señalar la cima de un árbol y a emitir su quejido, Sebastián levantó la mirada sin demasiadas ganas y vio cómo un grupo de pajaritos los observaba desde la copa del árbol. Sebastián le dijo a Peloto que no había casi chances de que pudieran agarrar a esos pájaros pero a Peloto no pareció importarle el argumento de su hermano y continuó insistiendo. Sebastián, quejoso, empezó a preguntarle por qué no podía esforzarse en hablar. El joven estaba atravesando algunos problemas comunes de la adolescencia y el escaso año de vida de peloto no le parecía excusa suficiente; Sebastián se irritaba con la facilidad y la exageración típicas de alguien de 14 años.
Las réplicas de Peloto cesaron frente a las palabras de Sebastián, que casi sin darse cuenta, comenzó a contarle a Peloto lo pelotudo que le parecía Julián Ramírez y las ganas que tenía de no ir más al colegio. Sin sacarle la vista a los pájaros del árbol, Sebastián pasó de hablar de Julián Ramírez a plantear que no estaba seguro sobre qué quería ser de más grande. La chica que le gustaba no parecía ser lo que él había imaginado y muchas veces lo invadía una tristeza cuyo origen no lograba dilucidar.
Peloto escuchaba en silencio las inentendibles palabras de su hermano.
La angustia y el desorden encontraban lugar en confusas oraciones que Sebastián sacaba de su pecho por primera vez en su vida. Para cuando terminó de hablar, el joven notó que Peloto lo miraba fijo. Ambos encontraron sus ojos en silencio y Peloto le volvió a señalar la copa del árbol. Sebastián comenzó a reír y se dio cuenta de que su risa venía acompañada de lágrimas. Le dio a Peloto un abrazo. Fue el primer abrazo que le daba a su hermano más chico.
La calidez invadió el cuerpo de Sebastián con una sensación agradable y desconocida. También se dio cuenta de que Peloto se había cagado encima.
Esfera 3
Matías dejó de ser Peloto y comenzó a ir a la escuela. Esos días veía menos a sus hermanos. Ellos vivían en otra casa porque eran hijos del primer matrimonio de su padre. En la escuela tenía facilidad para comprender rápido y cumplía con sus obligaciones pero no era algo que le interesara demasiado.
Un día, Matías aprendió algo esencial mientras la maestra garabateaba números en el pizarrón intentando explicar la división de dos cifras. Charlando con su compañero de banco, este le hizo una pregunta fundamental: ¿viste Dragon Ball Z? La pregunta llamó la atención de un tercer niño, quien se metió en la charla con tanta pasión que la maestra terminó por interrumpir la numerología del pizarrón para amenazar con sacarlos del aula. En el recreo, Matías trató de indagar más acerca de Dragon Ball sin revelar el vergonzoso estado de desconocimiento en el que se encontraba.
Esa tarde, Matías merendó e inmediatamente prendió la computadora buscando algún sitio web en donde pudiera ver Dragon Ball. No solo encontró el sitio sino que recién pudo parar al oír la voz de su madre llamándolo para cenar. Cuando ella le preguntó sobre la tarea, tuvo que mentir. No podía dejar de pensar en todo lo que acababa de ver.
Para ese fin de semana, Matías se había transformado en todo un conocedor de Dragon Ball. Adquirió algunos juegos para su Playstation 2 y estaba dispuesto a pasar toda la tarde tratando de que Goku completara todos sus combates.
Al mediodía se enteró por su padre de que Sebastián y Nicolás venían de visita. Hacía casi un mes que no los veía y si bien se alegraba de verlos, la idea no lo volvía loco. Probablemente si pasaba un rato con ellos, su padre lo dejaría volver al cuarto para seguir con el modo historia de su juego.
Cuando Sebastián y Nicolás llegaron, saludaron a Matías y notaron el juego al que estaba jugando. Para sorpresa del menor, sus hermanos no sólo sabían qué era Dragon Ball, sino que además conocían el juego. Matías no salía de su asombro. Sebastián le pidió si podían jugar en multijugador y Matías aceptó. Nicolás fue el primer retador. Matías eligió a Goku y Nicolás optó por encarnar a Piccoro. Matías creyó que Nicolás se estaba confiando un poco por la edad, pero el que ambos fuesen más grandes y conocieran Dragon Ball no significaba que supieran jugar a ese juego.
La pelea comenzó y Goku fue el primero en arremeter con una ráfaga de golpes a Piccoro, quien logró escaparse del saiyajin volando y tiró un Masenko, para sorpresa de Goku. El inmenso poder color amarillo impactó en una roca pero la sorpresa de Goku le dio a Piccoro la ventaja de contratacar sin ningún tipo de piedad. Con varios poderes que le costaron al joystick meses de su salud, Goku logró zafarse del ataque de Piccoro y ganar la pelea por un pelo.
Las reglas universales del combate establecían que el ganador queda en campo por lo que Goku no quiso perder su corona y mutó a Gogeta SSJ4. Su hermano Sebastián miró incrédulo la elección de Matías y agarró el Joystick que dejaba atrás Nicolás.
La elección de Sebastián oscilaba entre la inconsciencia y la falta de respeto: Mister Satan sería el retador del guerrero más fuerte del universo. Matías supuso que al tener como 20 años, su hermano no comprendía bien el juego y fue piadoso con los comentarios. Pero la confiada sonrisa de su hermano parecía haberse perpetuado en su rostro.
La pelea comenzó y una tensa calma rodeaba al planeta Nameku. Gogeta arremetió contra Mister Satan y para sorpresa de todos, este logró esquivar sus golpes torpemente. Mister Satan comenzó a arrojarle cascotes a Gogeta y como no podía volar, usaba una mochila de Jetpack. La habilidad poco ortodoxa de Satan comenzó a impacientar a Gogeta, quien arrojaba sus poderes por toda la superficie de Nameku sin conseguir darle a Satan.
Los ataques del terrícola le sacaban muy poca vida a Gogeta pero a medida que el tiempo pasaba, los nervios de Gogeta aumentaban y su energía disminuía. Satan seguía con la vida intacta pero un descuido hizo que la furia de Gogeta bajara la barra de vida de Mister Satan considerablemente (y que el Joytsick de playstation dejara de funcionar la semana siguiente).
En un final cerrado con el planeta Nameku destrozado, Gogeta logró imponerse a Mister Satan habiendo quedado en el pórtico de la derrota más vergonzosa que jamás hubiese sufrido un guerrero saiyajin de su tipo. Fue una victoria que Gogeta no festejó porque no podía salir de su asombro.
Durante el resto de esa tarde, Matías descubrió que sus hermanos además de conocer Dragon Ball Z, habían crecido viéndolo. Justo en la parte en donde Nicolás exponía las razones por las que Vegeta le parecía más fuerte que Goku -con fundamentos prácticamente científicos- se dieron cuenta de que los colectivos dejarían de pasar si seguían esperando, por lo que ambos tuvieron que irse.
Esa noche mientras se iba a dormir, Matías se dio cuenta de dos cosas: de lo mucho que le gustaba hablar con sus hermanos y de que, dadas ciertas circunstancias, no era imposible ganarle una pelea a un saiyajin.
Esfera 4
En una tarde de miércoles, los últimos acordes de “La grasa de las capitales” se colaban por la pequeña hendija que existía entre los auriculares de Matías y su cabeza.
Su hermano Nicolás le había prometido ir a zapar esa tarde pero nunca era puntual, así que decidió poner un disco más. Esta vez optó por Desintegration y, cuando lo ponía, recordaba las palabras de su padre sobre The Cure. Mientras una ola de guitarras con delay comenzaba a perderse entre su enmarañado cabello con olor a tabaco barato, Matías sintió una sensación contradictoria. Gracias a su padre, él pudo acceder desde muy temprana edad a formarse musicalmente, tanto en la práctica de un instrumento como en cierto criterio de análisis. Esa formación le dio la capacidad de poder engendrar un criterio que de otro modo no hubiese tenido y llegó a la conclusión de que probablemente no hubiera podido disfrutar tanto a The Cure de no ser por su padre.
Paradójicamente, lo que su padre había manifestado era que la banda de Robert Smith era una de las peores cosas que había escuchado en su vida. Si bien se veían seguido, su padre había dejado de vivir con él hacía un tiempo y muchas veces, todo lo que hacía o pensaba terminaba desembocando en extrañarlo.
Nicolás llegó media hora tarde. Aparentemente, el colectivo había tenido bastante que ver en el asunto. Mientras Matías escuchaba a su hermano hablar a los gritos sobre cómo casi se le rompe el bajo en el 44, sintió una inmensa sensación de tranquilidad.
En ese último tiempo, Nicolás se había transformado en uno de sus mayores confidentes. Ambos eran incomprendidos y sus costumbres muchas veces eran cuestionadas por sus padres. A Matías le pasaba por una cuestión de edad y a Nicolás por una cuestión de inmadurez. Pero sea como fuese, él siempre estaba ahí para escucharlo, mostrarle nuevas canciones y fumar algunos finos. Nicolás era algo torpe con las palabras pero cuando ambos se ponían a tocar, el alma de Matías sentía una libertad que no podía compararse con nada.
Al no estar su madre en casa, Matías aprovechó para subir el volumen de su teclado al máximo. Esa tarde, entre risas, porros y galletitas pitusas, grabaron una bella versión de Anthum Leaves. Como ninguno de los dos se daba mucha maña con los programas de grabación, decidieron operar en los términos rústicos de Nicolás y se grabaron con el celular.
Mientras Nicolás exponía con quizás demasiados gestos innecesarios lo forro que era su supervisor en la heladería, Matías pensaba en qué hubiera hecho Sebastián si los hubiese acompañado esa tarde. Probablemente, Nicolás se hubiera comportado de otra manera porque siempre era distinto cuando su hermano mayor estaba con él.
Una de las cosas que más le costaba a Matías era descifrar a su hermano más grande. Por un lado, era una de las personas a las cuales más escuchaba. Sus consejos siempre eran cálidos y tenían cierta carga de solemnidad y sabiduría. Por otro lado, nunca sabía muy bien cuándo era un buen momento para hablarle. Sebastián desparramaba palabras que herían sutilmente y esto lo mantenía exageradamente alejado de sus seres queridos. La calidez era una moneda con la que el sólo podía negociar y esto muchas veces creaba lapsos de frialdad que duraban largo tiempo.
Mientras Nicolás seguía quejándose de los quehaceres de su rutina, Matías le preguntó por qué Sebastián no lo venía a ver. Tras unos segundos de silencio, Nicolás le explicó que Sebastián era así. Que él se preocupaba a su modo pero que estaba todo bien. Nicolás no estaba seguro de lo que decía y Matías lo sabía, pero tampoco quiso seguir indagando al respecto.
Cuando esa noche se metió a su cama, Matías puso el celular al lado de su cabeza y ese Anthum Leaves, hecho de risas y pitusas, lo acompañó hasta quedarse dormido.
Esfera 5
Aunque su cumpleaños era el 30 de julio, la familia decidió festejarlo el 4 de agosto porque caía domingo. Matías era el homenajeado y el lugar de la cita era la casa de su padre, quien ya vivía con otra pareja en el piso 9 de un bello departamento y esta era la primera vez en mucho tiempo en el que la familia se reunía.
Matías, fiel a sus hábitos, estaba sin dormir y esto se notaba tanto en su cara como en su manera de hablar. Por otra parte, su madre se había quedado dormida, razón por la cual ambos llegaron una hora tarde a la reunión.
Aunque estaban separados, su padre quiso invitar a su expareja. Muchos años de una demencial guerra entre los dos, dejó a un vulnerable Matías en el medio del fuego de ambos bandos. Y como suele suceder, la persona que está entre medio de una balacera poco distingue la dirección de los disparos: sólo espera que no lo maten o, en su defecto, hieran lo menos posible. Esta era una diplomática oportunidad de reparación. Un acto que se percibía endeble pero al cual Matías intentó valorar con toda la voluntad que su pesimismo le permitía.
Al llegar, Matías notó que además de su padre con su actual pareja, se encontraban sus tíos, sus primos y también sus hermanos.
Su tía le dio un largo y cariñoso abrazo, pero Matías sólo sentía culpa por el olor a tabaco a la que la estaba sometiendo y poco pudo disfrutar de su abrazo. Sus tíos siempre le parecieron el ejemplo de una simplicidad sana: vivían con sus hijos en una linda casa, se iban de vacaciones, se peleaban y veían la televisión a las nueve de la noche. Siempre fue algo que quiso despreciar y nunca pudo.
A pesar de todos sus combates contra lo que ellos representaban, el orden y el cariño era algo contra lo que no podía, y como no podía le daba furia. Sus primos eran el producto de ese tipo de crianza, por lo que él no tenía absolutamente nada que ver con ellos. Y los quería por eso.
Nicolás se encontraba hablando exageradamente fuerte con su tío acerca de lo forro que era el nuevo supervisor en su nuevo empleo en una nueva heladería y, por otro lado, Sebastián parecía un tanto ausente, observando su celular a cada rato y manteniendo tensa la relación entre distancia y educación.
Como en todas las reuniones, su padre intentó acaparar la atención. Matías era el cumpleañero pero su padre era el anfitrión, por lo que la música, las palabras y los hilos eran íntegramente controlados por él. Por otro lado, su madre intentó mostrarse sociable y agradable pero sólo logró incomodar a la mayoría de los invitados.
Al final de la jornada, hubo algunas bromas. De manera sabia y parcialmente consciente, el extenso grupo apeló al recurso de las anécdotas: la mejor salida para hablar con quien no hay de qué hablar.
El cumpleaños duró poco más de dos horas. Una vez abajo, los tres hermanos quedaron juntos en la puerta del edificio. Un viento helado tomaba cada vez más fuerza y mientras Sebastián y Nicolás hablaban entre sí, a Matías le pareció ver un pájaro en un árbol que le llamó la atención sin saber muy bien por qué. Fue en ese entonces que Sebastián lo saludó.
El frío se volvía cada vez más insoportable. Nicolás le preguntó al mayor de los hermanos si no los acompañaba a dar un par de vueltas. Sebastián se negó alegando cuestiones climáticas y se terminó yendo rápidamente. Saludó a sus dos hermanos con la mano, a la distancia y dobló rápidamente en la esquina. Matías se quedó observando la vereda vacía y sintió que el frio calaba en lo más profundo de sus huesos. Nicolás le pidió cigarrillos, sacándolo así del trance.
Fue la última vez que se vieron los tres juntos.
Esfera 6
Las once de la mañana era la mejor hora para viajar en el 44 los días de semana. Matías lo sabía y fue por eso que se dio el gusto de elegir el asiento más codiciado del colectivo: el individual arriba de la rueda. Tras sentarse, se acomodó los auriculares y se sentó con la actitud de quien reserva una platea. Esa pequeña conquista le llenó el pecho de júbilo. Un júbilo que se encontraba solo, a la espera de un miedo terrible, comprimido en las profundidades de su pecho.
No le quitó la vista al cielo en ningún momento y mientras lo hacía abrazaba su mochila verde, como intentando protegerla de algo. A dos paradas de su destino, Matías detuvo la música que estaba escuchando. Le costó un poco porque las manos le temblaban levemente. Al bajarse del colectivo, notó que había mucho viento. Igual que en su cumpleaños.
Comenzó a caminar los pocos metros que lo separaban desde la parada al edificio donde vivía su padre. Este la había dado las llaves de su casa, por lo que el joven ingresó rápidamente al edificio: el portero no se encontraba en el hall de entrada.
Subió al noveno piso por el ascensor e ingresó a la casa de su padre. Como anticipaba, no había nadie. Era miércoles. A esa hora, su padre solía estar atendiendo en el consultorio.
Sin sacarse la mochila, Matías comenzó a recorrer el departamento. Caminó de una punta a la otra de forma autómata. Los cuadros, las fotos y los adornos lo atormentaban y él quería ver lo menos posible todo lo que tenía a su alrededor. Abrió la heladera y agarró la primera botella que tuvo a mano: una botella de agua tónica. Le dio un largo sorbo y salió del departamento con la botella en la mano.
Matías subió las escaleras hasta la terraza del edificio. Allí, un grupo de reposeras de plástico descansaban solitarias al borde de una pileta de agua turbia. Era un 14 de agosto frío, por lo que el paisaje de verano abandonado con reposeras de plástico a su alrededor tenía un aura deprimente.
La vista era impresionante: el río de la plata se alzaba en el horizonte y el cielo tenía un color plateado con algunos destellos de luz.
Tomándose lo que quedaba del agua tónica de un sorbo, tiró la botella a la pileta y esta quedó flotando. El acto le produjo un cosquilleo en el estómago pero casi no lo sintió. Su cuerpo estaba consumido por un terror y una euforia inexplicables.
Sebastián había decidido trasladarse un poco al living de su casa porque su cuarto lo tenía algo abombado. Hacía ya un par de horas que estaba trabajando con unas sinopsis que tenía que entregarle a su editora y necesitaba, de tanto en tanto, procrastinar lo suficiente como para no redactar estupideces. Nicolás por su parte, arreglaba para verse con un amigo más tarde. Hacia algo de frío pero no lo suficiente como para no ir a la plaza a tomar alguna cerveza. Ciertamente tenía cosas que contarle.
La madre de ambos se encontraba en el living, mirando el noticiero mientras su perro dormía pegado a ella. Era raro que los tres coincidieran en un día de semana a las tres de la tarde pero a veces esa coordinación involuntaria se daba, llenando el pequeño departamento de cierta calidez. Mientras veía historias de Instagram, Nicolás recibió una llamada de su padre que atendió automáticamente.
Luego de unos cuarenta segundos de hablar por teléfono en un volumen sorprendentemente bajo, el joven arrastró los pies hasta el living y con los ojos grandes y vidriosos dijo las siguientes palabras: “se suicidó Matías”.
Esfera 7
Muy lejos de las lágrimas, las voces rotas, los abrazos llenos de mocos y las morgues, existe una quinta con pileta. Un lugar donde las aventuras comenzaban, donde las palabras fluctuaban fácilmente y se transformaban en deseos alcanzables.
Sebastián y Nicolás comenzaron involuntariamente una búsqueda respaldada en sus conocimientos sobre Dragon Ball: la búsqueda de las esferas. El dolor, de algún modo, terminó comprobando la existencia de estos objetos fantásticos. Un dolor que de niños les era absolutamente imposible de imaginar.
Hace dieciséis años, en esa quinta rodeada de tormentas tres hermanos rieron juntos por primera vez. Fue ahí cuando Sebastián se dio cuenta dónde estaba la primera esfera y, una sonrisa interrumpió el trayecto de sus lágrimas.